Cantantes, políticos, deportistas, actores y famosos están expuestos al escrutinio constante de los medios de comunicación. Con la eclosión de las redes sociales, cada una de sus declaraciones se expone a un aluvión de comentarios por parte de seguidores y odiadores. Estos últimos saltarán a la menor oportunidad tratando de ridiculizar a quien se haga un Cifuentes, un Warren Beatty o un Bisbal.
Tradicionalmente, los hablantes observaban la trayectoria completa de un personaje, ya fuera real o ficticio, antes de ingeniar una palabra con la que referirse a sus actos característicos: así, una quijotada es una acción propia de don Quijote, del mismo modo que una charlotada es una actuación igual de grotesca o ridícula que las de Charles Chaplin. Como se aprecia en ambos ejemplos, el sufijo -ada es el encargado de transformar un nombre propio en un nombre común que alude a un acto característico de dicha persona.
Ahora vivimos en un mundo tan frenético que a menudo no esperamos a ver un patrón para convertir en paradigma lo que en realidad no es más que un hecho excepcional: después de veinte años cantando, bastó que Pastora Soler abandonara un concierto por un ataque de pánico escénico en Málaga para que se acuñase la expresión hacerse un Pastora Soler.
A finales de 2014, Joaquín Sabina sufrió un episodio similar y tuvo que interrumpir un concierto en Madrid. «Me ha dado un Pastora Soler», anunció. Y, a partir de ahí, también se habló, siquiera efímeramente, de marcarse un Sabina.
Ya sea con los verbos hacer(se) o marcar(se), la tendencia parece imparable. Desde luego, los periodistas han encontrado un mina con esta construcción, de manera que hacerse un Cifuentes viene a significar ‘conseguir un máster de forma irregular’ o, más ampliamente, ‘falsear el currículum’. Y desde la gala de los Oscar del pasado 2018, cada vez que alguien le pasa un marrón a otro se oye aquello de hacerse un Warren Beatty, por la reacción que tuvo el actor pasándole la papeleta —figurada y literalmente— a Faye Dunaway.
¿Que un pasajero entra en un avión con un porcentaje de whiskey que haría explotar un alcoholímetro? Pues se ha marcado un Melendi. A quien muestre marcas de sudor en las axilas se le dirá que se ha hecho un Camacho. La mujer que suelta un discurso feminista reivindicando igualdad de género se marcará un Frances McDormand. Y le ha bastado al guardameta vasco del Chelsea negarse a ser sustituido una sola vez para que, todo aquel que cuestiona la decisión del entrenador de cambiarlo, esté marcándose un Kepa.
Lo llamativo es que esta fórmula toma con frecuencia una acción puntual y la convierte en esencia: por centrarnos solo en los primeros ejemplos, Pastora Soler y Joaquín Sabina llevaban décadas de gira y han continuado ofreciendo conciertos, pero un par de accidentes han bastado para caricaturizarlos.
En la mayoría de los casos, sea como sea, estas expresiones se olvidan y a menudo pierden su referente al poco tiempo: si digo hacerse un Bisbal, ¿cuántos piensan en alguno de esos giros con los que adorna sus coreografías?, ¿cuántos se acuerdan de su tuit sobre las Pirámides de Egipto y la revuelta contra Mubarak? Si Bisbal se dedicara a meter la pata cada dos por tres, podría hablarse de sus bisbaladas; pero el cantante se centra en su profesión, más allá de que, con la mejor de sus intenciones, se hiciera un Bisbal con su mensaje de apoyo al pueblo egipcio.
He aquí, pues, dos recursos lingüísticos que se tocan: el sufijo -ada, que designa actos característicos de alguien, y la expresión hacerse o marcarse un + nombre propio, por lo general reduccionista, de poco calado en la memoria colectiva y, en tal medida, de consecuencias pasajeras.