Cuando a finales del año 2016 el diccionario Oxford eligió post-truth palabra del año, la voz posverdad saltó de inmediato a los periódicos en español. Su evolución en nuestro idioma ha sido fulgurante: de ser un vocablo sin uso, ha pasado a emplearse en los medios de comunicación como si llevara conviviendo con nosotros el mismo tiempo que los torreznos con patatas revolconas.

En la Fundéu BBVA no tardamos en dar el visto bueno a un término que, no obstante, presentaba tres dificultades: desde el punto de vista ortográfico, convenía señalar la preferencia de la grafía posverdad frente a post-verdad; atendiendo a su clasificación gramatical, se apuntaba que post-truth era adjetivo en inglés (post-truth era), mientras que en español nacía como sustantivo: la posverdad; más difícil resultaba explicar, finalmente, el significado que el prefijo pos- ha aportado a este compuesto.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la era de la posverdad? Así como la posguerra es el periodo posterior a una guerra, lo razonable sería concluir que posverdad es un periodo posterior a la verdad. Pero ¿es posible entender la verdad en términos cronológicos?

A este respecto, el artículo en el que el diccionario Oxford anunciaba post-truth como palabra del año 2016 explicaba que el prefijo post- no encierra aquí su sentido habitual de ‘después de’. Más bien, adquiere el significado de ‘relativo a un periodo en que el concepto designado [la verdad] pasa a considerarse irrelevante o carente de importancia’.  

El término posverdad, por tanto, alude a un periodo en el que la verdad resulta secundaria o ha quedado desplazada. Por si alguien se está preguntando si el hecho de que el prefijo inglés amplíe su significado justifica que se expanda de igual modo el prefijo español, puede argumentarse que el Diccionario de la lengua española ya define el adjetivo posindustrial desde el año 2001 como ‘perteneciente o relativo al período en el que la gran industria ha sido desplazada como sector predominante’. 

¿Y qué ha desplazado a la verdad? Aunque lo espontáneo es responder que la mentira monda y lironda, los expertos coinciden en que en este orden subvertido de prioridades lo que ha cobrado primacía son las emociones. Y es que no nos engañemos: mentir se ha mentido siempre. Se cuenta, por ejemplo, que ya en el siglo VIII, con motivo de una boda concertada para unir los reinos de Tortosa y Huesca, Luis I el Piadoso exclamó: «¡Qué guapa está la novia!».

Engaños aparte, el filósofo David Livignstone Smith considera la mentira un factor evolutivo ventajoso. Siempre ha estado entre nosotros. De modo que lo característico de esta época es que ahora se miente con descaro, sin culpa ni miedo a ser descubiertos. En este imperio del disparate, se apela directamente a las filias y fobias del destinatario. Los datos aburren, las estadísticas nos confunden e inventamos un relato de la realidad hasta convertir la verdad de los hechos en la manipulable verdad de las pasiones. Todo esto cabe y se agazapa, en fin, en el humilde prefijo pos-.