Fernando era filólogo, sabía mucho de lengua y lingüística, de escribir, de diccionarios… Como trabajaba por las tardes, era nuestro último recurso para la resolución de las cuestiones complicadas que se nos atascaban, la consulta al supertacañón, bueno, en este caso, al supersabio. Aunque nadie lo hubiera dicho, por su estilo amable, humilde, siempre alejado de disputas. También atendía consultas por teléfono, y sus acertadas y claras respuestas llenas de cordialidad le hicieron tener un buen número de fanes que solo querían hablar con él.
Le recordaremos siempre sentado en su mesa en la soledad de la tarde noche, contestando sus consultas de manera acertada, minuciosa y segura, sin parar, como un corredor de fondo.
Tampoco olvidaremos las reuniones extralaborales, que eran más divertidas cuando estaba él, haciendo gala de un fino e inteligente sentido del humor y disfrutando de la charla que se hacía interminable alrededor de un piscolabis y con una copa de vino. Callado pero abierto, con él se podía hablar de cualquier cosa, en cualquier momento, la conversación siempre era bien recibida, siempre un momento para disfrutar.
Viendo la cantidad de gente que fue a despedirlo, no es difícil deducir que el vacío irremplazable que ha dejado en nosotros no es el único, y que siempre conservaremos todos el recuerdo de su afable sonrisa y el calor de su amistad.