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Abogado de profesión, Fernando Serrano Migallón perfila los retos que tiene la Academia Mexicana de la Lengua y comenta cómo lleva a cabo su labor la institución.
Fernando Serrano Migallón, nuevo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, enfatiza que la institución no es una camisa de fuerza para el idioma, y que en la sociedad está el equilibrio
Quedamos en que una sigla es una letra, sigla es también la palabra formada por las iniciales de los términos que integran una denominación compleja, como lo es también cada una de esas letras iniciales. Ellas se usan para referirse, en una forma abreviada, a organismos, instituciones, empresas, asociaciones, etc. Tomemos por ejemplo, PTJ. Policía Técnica Judicial, OEA, Organización de Estados Americanos, etc. Allí se pronuncia por el deletreo: [P-T-J], [O-E-A].
La directora del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), Soledad Ruiz, lamentó ayer que la Real Academia Española (RAE) «invisibilice» a las mujeres, con su oposición al uso de desdoblamientos del tipo «diputado y diputada» para erradicar el sexismo en el lenguaje, por lo que solicitó a esta institución que incorpore sus criterios no sexistas «al igual que admite extranjerismos u otras palabras de la calle».
Desde este espacio alertamos con frecuencia sobre los machismos lingüísticos que todavía pululan por las páginas de los diccionarios que acostumbramos citar. Decimos «todavía» porque es preciso reconocer el esfuerzo académico por erradicar los elementos machistas que reinaban y campaban por sus respetos en el aspecto lexicográfico de nuestra lengua materna.
Durante los últimos años, se ha hecho común en los medios académicos usar la palabra género en lugar de sexo, para referirse a los papeles que la sociedad atribuye tradicionalmente a hombres y mujeres y que, en última instancia, se derivan siempre del sexo. En efecto, el uso de género es, en este caso, un inadecuado calco semántico del inglés gender. En español, el género define apenas un accidente gramatical que modifica los sustantivos y determina su concordancia con artículos y adjetivos y que, en la mayoría de los casos, tiene poco que ver con el sexo.
No es lógico prescindir de los lingüistas y quejarse del empobrecimiento de la lengua.
Entre el DRAE y el DA, el DPD representa una tercera posición, favorable desde el punto de vista de la América hispana: El DRAE, o sea el Diccionario de la Real Academia Española, implica una visión de la lengua común desde la perspectiva de la Península Ibérica, no obstante la considerable cantidad de americanismos que su última edición (de 2001) incluye. El DA, o sea el Diccionario de americanismos -en preparación- contendrá, en cambio, el acervo de lo que hoy algunos llaman español meridional (no sé qué de meridional puedan tener, por ejemplo, países como Méjico o Cuba).
Dijo Jean Cocteau: «Nuestra época es letrada pero inculta». Haber adquirido el dominio de los signos del lenguaje, saber escribir palabras y oraciones no determina el nivel de cultura de una persona ni sus verdaderas competencias lingüísticas y sociales.
Los amantes del idioma ven con perplejidad como desaparecen los artículos determinados que preceden a algunos nombres propios. El de las Naciones Unidas es uno de los casos más sorprendentes: «El presidente Bush discrepa de la línea de Naciones Unidas». La caída de estos artículos se producía ante los nombres de empresas y ante las siglas, pero no era habitual en el caso de organismos. Decimos Planeta, Gas Natural y Seat sin artículo - aunque la fábrica siga siendo la Seat y el coche el Seat-, pero usamos el artículo ante la UAB, la Generalitat o el Cesid.
Cuatro jinetes tiene la lengua, nuestra lengua materna: el verbo y el adverbio; el sustantivo y el adjetivo; los dos primeros sirven para la narración, los otros dos para la descripción y, los cuatro, sirven para la argumentación, que es saber codificar y decodificar. En estos procesos está la lengua viva, la de la comunicación.
Una mañana de noviembre del 2001, Andrés Trapiello se embarcó en uno de esos proyectos que le han dado fama de trabajador infatigable. Durante todos los días de un año, escogió al azar cinco páginas de su viejo Diccionario ilustrado de la lengua castellana de Saturnino Calleja (1919) para extraer las entradas que, por algún motivo, le llamaban la atención y después glosarlas en una serie de aforismos que fueron apareciendo semanalmente en el diario La Vanguardia bajo el epígrafe El arca de las palabras.
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