Aunque no lo empleemos en nuestra comunicación diaria, es frecuente que sirva como un medio para etiquetar fenómenos y conceptos: un caso típico lo tenemos en las variables y constantes matemáticas, como el número pi (π); en la religión cristiana, alfa y omega representan el principio y el fin, por ser precisamente la primera letra y la última de este alfabeto; en química, permite señalar la configuración de las moléculas, y recientemente lo hemos visto aplicado a los huracanes.

La OMS decidió que las variantes del coronavirus de la actual pandemia se identificaran con los nombres de las letras griegas: nos acaba de llegar la ómicron, pero todo empezó con la alfa, mientras la delta nos sigue preocupando. Por una fatídica coincidencia, en España esta última letra se está empleando también en otro contexto: los deltas de lava de La Palma, denominación que proviene de los deltas de los ríos, cuya forma, y de ahí su nombre, se asemeja a su grafía mayúscula Δ.

Aunque todos deseamos que el virus de la covid se quede en la ómicron y que no sea necesario conocer más letras griegas para identificar variantes, nunca estará de más tener a mano las formas fijadas en español y recogidas en el diccionario académico, por lo que pueda pasar, con el virus o sin el virus, ya sea bueno o malo.

Α α alfaΝ ν ni
Β βbetaΞ ξxi
Γ γgammaΟ ο ómicron
Δ δdeltaΠ πpi
Ε εépsilonΡ ρro
Ζ ζdsetaΣ σsigma
Η ηetaΤ τtau
Θ θzetaΥ υ ípsilon
Ι ιiotaΦ φfi
Κ κkappaΧ χ ji
Λ λlambdaΨ ψpsi
Μ μmiΩ ω omega