El contenido parecía lo de menos. Durante los días previos, casi todas las noticias han girado en torno a si iba a celebrarse un cara a cara, quizá un debate entre cinco o por qué no, mucho mejor, empachar a los ciudadanos con dos debates a cuatro dos días seguidos. Y así pasa, claro, que de tanto dar vueltas al formato hemos terminado mareando las palabras: en el contexto presente, ¿de verdad es acertado hablar de duelo de candidatos?

Para empezar, uno desearía que no todo intercambio de pareceres entre políticos hubiera de denominarse duelo. Se trata de una voz con resonancias guerreras o épicas que pone el foco, desde el principio, en el antagonismo. ¿Debemos renunciar a que los participantes en un debate compartan puntos de vista o acerquen posturas incluso? Y, aunque un duelo dialéctico no tiene nada de malo se mire como se mire, cabe preguntarse si pueden calificarse de tales los intercambios de acusaciones en que suelen enredarse los aspirantes a presidir el Gobierno.

Todo lo dicho hasta ahora, en cualquier caso, es opinable. Pero lo que no admite discusión si nos atenemos a las definiciones académicas es el hecho de que un duelo es un enfrentamiento entre dos —no entre más personas— a consecuencia de un reto o desafío. Muchos recordarán la novela Los duelistas, de Joseph Conrad, y su posterior adaptación al cine por parte de Ridley Scott. En efecto, eran dos —y no cuatro ni cinco— los oficiales franceses que se enfrentaban sin cesar durante años: Gabriel Feraud y Armand d’Hubert.

Tal es el significado recogido en el Diccionario de la lengua española desde 1780. Solo en el año 2001 incluye la Academia una ampliación semántica, de forma que duelo pasa a convertirse en cualquier enfrentamiento entre dos personas o dos grupos, medien o no ofensas de honor o armas.

El paso que no se considera válido es aplicar el término duelo a los enfrentamientos entre más de dos personas. Por tanto, conviene evitar titulares como «Duelo de candidatos: Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera se verán las caras en dos debates en solo 24 horas». No digo yo que, con el correr del tiempo, no llegue a extenderse este uso tanto que acabe aceptándose, pero hoy por hoy resulta desaconsejable.

¿Y por qué desaconsejable? Si nos fijamos en la etimología de duelo, veremos que este sustantivo procede del bajo latín duellum, familia léxica de duo, que se adaptó al español con tilde en la udúo. Tal como señala Joan Corominas en su célebre diccionario etimológico, este duellum (‘guerra’) es una variante arcaica de bellum, lo que arroja luz sobre el sentido de palabras como bélico (‘guerrero’), beligerante (‘dicho de una nación, que está en guerra’, ‘combativo’) o debelar (‘rendir a fuerzas de armas al enemigo’, ‘vencer de modo definitivo al adversario’).

A modo de curiosidad, quizá interese descubrir que el arte de la guerra era en griego la πολεμική (/polemiké/), origen de nuestra actual polémica, esto es, de nuestras controversias y discusiones.

En realidad, la etimología no es razón suficiente para censurar un uso, pues la raíz de nuestro actual léxico no suele estar en la conciencia de los hablantes. Lo determinante en este caso es que, más allá de que el latín apoye la tesis de que un duelo es entre dos, el uso mayoritario sigue respaldando este uso, el considerado recto.

Así que lo de estas dos noches de campaña no son duelos, sino debatescoloquios o, si se quieren cargar las tintas, enfrentamientos. A no ser, claro, que, acogiéndonos a otra de las acepciones del término, usemos duelo para elaborar el sentimiento pesaroso por la pérdida de matices en nuestro idioma o de altura intelectual en los cruces de declaraciones de nuestros líderes políticos. Eso ya será opinión de cada uno.