Lo que seguramente es más desconocido es lo que se oculta detrás de esa palabra: que un alcalde o una alcaldesa son personas que lo mismo te dictan sentencia en un pleito, que te dirigen un baile o te reparten los naipes para que eches una partida de tresillo. Aunque no estén en campaña.
El qadi
Empecemos por la etimología o, dicho más sencillamente, por el origen del término. Es muy probable que el lector haya deducido que, como otras voces que empiezan por al (desde alcachofa a albañil pasando por almena), esta es legado del árabe. Si es así, anótese un punto a favor. El diccionario concreta que nuestro alcalde viene del árabe hispánico alqádi y este del árabe clásico qadi, que significa ‘juez’, precedido por el artículo al.
Esa voz pasó por casi todas las transformaciones imaginables hasta llegar a la que hoy usamos todos. Así, se pueden encontrar en textos en castellano a través de los siglos grafías como alkaldi, alchalde, alqualde, arcalle, arcalt, arcalde, alcall, algalde y muchas otras.
Durante siglos, y conforme indica su etimología árabe, un alcalde fue sobre todo quien impartía justicia en algún pueblo. Con el tiempo, esa figura fue aunando esas labores judiciales con otras administrativas. Y hace relativamente poco, en el siglo XIX, ambas se separaron, los alcaldes se dedicaron solo a administrar y la palabra fue fijando su significado actual.
No obstante, la faceta judicial de los alcaldes ha estado presente a lo largo de la historia en muchas expresiones, la mayoría en desuso, como alcalde del agua, alcalde de obras y bosques, alcalde de la Mesta o alcalde del crimen, que aludían a los jueces encargados de dilucidar sobre todas las cosas que adornaban sus nombres.
La forma alcaldesa apareció en el Diccionario a finales del siglo XVIII y solo para designar a ‘la mujer del alcalde’. Hasta 1927 no se añadió la acepción de ‘mujer que ejerce el cargo de alcalde’
Desde hace más de doscientos años figura en el Diccionario otra acepción de esa palabra: un alcalde es también un juego de naipes entre seis personas y, más recientemente, también se llama así a quien, en algunos juegos como el tresillo, da las cartas y no juega. Quizá más de un candidato se acuerde dentro de unas semanas de esta curiosa acepción si los resultados lo condenan en los pactos poslectorales a repartir juego a los demás y limitarse a mirar mientras los otros gobiernan.
Por su parte, los que consigan las mayorías suficientes para marcar el ritmo de las corporaciones podrán acogerse a otro significado, también muy antiguo, de la palabra alcalde: ‘en algunas danzas, principal de ellas, o quien las guía o conduce, o gobierna alguna cuadrilla’, dicha esta última palabra sin ánimo de ofender.
No hagamos una alcaldada
La malicia del refranero y de las frases hechas no suele dejar títere con cabeza y los alcaldes no se iban a ir de rositas.
En el siglo XVIII se decía por ejemplo «Por falta de hombres buenos a mi padre hicieron alcalde» para indicar que no pocas veces se dan los cargos a personas poco inteligentes o dignas porque no hay nadie más dispuesto. O «Alcalde de aldea, el que lo desea ese lo sea», un refrán que, según el Diccionario de autoridades de 1726 —el tatarabuelo del actual de la RAE—, advierte contra los oficios «que tienen más de gravamen que de autoridad ni provecho».
Aún hoy no es imposible que alguien califique de alcaldada la actuación de otro, tenga o no mando en plaza. El Diccionario nos aclara que con esa palabra se alude a una ‘acción arbitraria o inconsiderada que ejecuta un alcalde o cualquier persona que abusa de su autoridad’ o incluso (y aquí sí señala que es una palabra desusada) ‘un dicho o sentencia necia’. Pobres regidores…
¿Y las alcaldesas?
En pleno siglo XXI y con las dos principales ciudades de España gobernadas por mujeres, puede resultar extraño recordar que la forma femenina alcaldesa apareció en el Diccionario a finales del siglo XVIII y exclusivamente para designar a ‘la mujer del alcalde’. Tuvieron que pasar casi 150 años para que la realidad tirase del lenguaje y la elección de las primeras mujeres al frente de corporaciones municipales en la España de los años 20 hiciese que, junto a la definición antigua, figurase por primera vez, en 1927, la de ‘mujer que ejerce el cargo de alcalde’.
Ya se ve que la palabra alcalde da mucho juego, como lo darán seguramente las elecciones del día 26. Descartado que los elegidos se dediquen a impartir justicia, dar cartas o dirigir bailes (cosas todas que quedan fuera de sus atribuciones actuales), solo queda estar atentos a cómo ejercen su autoridad municipal, presiden los ayuntamientos y ejecutan los acuerdos de las corporaciones. Que para eso los habremos elegido.