No hay nada inherentemente femenino en una grúa, ni masculino en un botón. Aun así, decimos que en español grúa es femenino y botón es masculino. En realidad, cuando se trata de objetos, nada impediría que hablásemos de que las palabras tienen género A y B, en lugar de hablar de masculino y femenino.
Pero cuando hablamos de personas, la cosa se complica. Es cierto que el género gramatical no tiene necesariamente por qué coincidir con el género social. Pedro puede ser una víctima y Mari Carmen un portento. Pero, en general y en la mayor parte de los casos, el género gramatical coincide con el género social y a los hombres se les denomina en masculino y a las mujeres en femenino.
Sustantivos, adjetivos, pronombres: las frases están llenas de palabras que cuando van aplicadas a las personas exigen que nos decantemos entre masculino y femenino. Resulta complicado (por no decir imposible) expresarse en español sorteando los huecos de género que la gramática nos obliga a rellenar. ¿Y qué escapatoria tienen quienes no se identifican ni como hombre ni como mujer?
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