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Con frecuencia leemos textos, sobre todo periodísticos, donde se hace un uso impropio de las letras mayúsculas. Recientemente me llegó un excelente artículo, escrito por un talentoso ingeniero, donde comprueba lo utópico del proyectado gasducto entre Venezuela y Argentina. Con un razonamiento impecable, más cifras difícilmente desmentibles, se muestra allí la inviabilidad del proyecto, y, lo que es peor, lo perjudicial que sería para la economía venezolana si llegara a construirse. Pues bien, cada vez que en ese artículo, y son muchas, se nombra la palabra gasducto, se escribe con mayúscula.
Abogado de profesión, Fernando Serrano Migallón perfila los retos que tiene la Academia Mexicana de la Lengua y comenta cómo lleva a cabo su labor la institución.
Fernando Serrano Migallón, nuevo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, enfatiza que la institución no es una camisa de fuerza para el idioma, y que en la sociedad está el equilibrio
Quedamos en que una sigla es una letra, sigla es también la palabra formada por las iniciales de los términos que integran una denominación compleja, como lo es también cada una de esas letras iniciales. Ellas se usan para referirse, en una forma abreviada, a organismos, instituciones, empresas, asociaciones, etc. Tomemos por ejemplo, PTJ. Policía Técnica Judicial, OEA, Organización de Estados Americanos, etc. Allí se pronuncia por el deletreo: [P-T-J], [O-E-A].
La directora del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), Soledad Ruiz, lamentó ayer que la Real Academia Española (RAE) «invisibilice» a las mujeres, con su oposición al uso de desdoblamientos del tipo «diputado y diputada» para erradicar el sexismo en el lenguaje, por lo que solicitó a esta institución que incorpore sus criterios no sexistas «al igual que admite extranjerismos u otras palabras de la calle».
Desde este espacio alertamos con frecuencia sobre los machismos lingüísticos que todavía pululan por las páginas de los diccionarios que acostumbramos citar. Decimos «todavía» porque es preciso reconocer el esfuerzo académico por erradicar los elementos machistas que reinaban y campaban por sus respetos en el aspecto lexicográfico de nuestra lengua materna.
Durante los últimos años, se ha hecho común en los medios académicos usar la palabra género en lugar de sexo, para referirse a los papeles que la sociedad atribuye tradicionalmente a hombres y mujeres y que, en última instancia, se derivan siempre del sexo. En efecto, el uso de género es, en este caso, un inadecuado calco semántico del inglés gender. En español, el género define apenas un accidente gramatical que modifica los sustantivos y determina su concordancia con artículos y adjetivos y que, en la mayoría de los casos, tiene poco que ver con el sexo.
No es lógico prescindir de los lingüistas y quejarse del empobrecimiento de la lengua.
Entre el DRAE y el DA, el DPD representa una tercera posición, favorable desde el punto de vista de la América hispana: El DRAE, o sea el Diccionario de la Real Academia Española, implica una visión de la lengua común desde la perspectiva de la Península Ibérica, no obstante la considerable cantidad de americanismos que su última edición (de 2001) incluye. El DA, o sea el Diccionario de americanismos -en preparación- contendrá, en cambio, el acervo de lo que hoy algunos llaman español meridional (no sé qué de meridional puedan tener, por ejemplo, países como Méjico o Cuba).
Dijo Jean Cocteau: «Nuestra época es letrada pero inculta». Haber adquirido el dominio de los signos del lenguaje, saber escribir palabras y oraciones no determina el nivel de cultura de una persona ni sus verdaderas competencias lingüísticas y sociales.
Los amantes del idioma ven con perplejidad como desaparecen los artículos determinados que preceden a algunos nombres propios. El de las Naciones Unidas es uno de los casos más sorprendentes: «El presidente Bush discrepa de la línea de Naciones Unidas». La caída de estos artículos se producía ante los nombres de empresas y ante las siglas, pero no era habitual en el caso de organismos. Decimos Planeta, Gas Natural y Seat sin artículo - aunque la fábrica siga siendo la Seat y el coche el Seat-, pero usamos el artículo ante la UAB, la Generalitat o el Cesid.
Cuatro jinetes tiene la lengua, nuestra lengua materna: el verbo y el adverbio; el sustantivo y el adjetivo; los dos primeros sirven para la narración, los otros dos para la descripción y, los cuatro, sirven para la argumentación, que es saber codificar y decodificar. En estos procesos está la lengua viva, la de la comunicación.
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