De mecherazos y jugadorazos  (CRÓNICA)

Foto: ©Archivo Efe/Albert Olivé

El Comité de Competición ha sancionado al Atlético de Madrid con una multa de seiscientos euros por el golpe de mechero a Cristiano Ronaldo, es decir, por el mecherazo que recibió el jugadorazo portugués.

La sanción se considerará más o menos justa o suave según el forofismo o ecuanimidad de quien opine, en función de la responsabilidad que se atribuya a los aficionados atléticos circundantes, que no detuvieron ni lograron identificar al agresor, o conforme al deseo de imponer un castigo ejemplar.

Se trata de una decisión controvertida, en cualquier caso, tan difícil de defender como de rebatir, dada la disparidad de criterios mostrada hasta la fecha en episodios similares, llámese el agredido Courtois, Piqué, Roberto Carlos, Juande Ramos o Figo, por nombrar solo unos pocos.

Por supuesto, el presidente del Villarreal, al igual que Cerezo en el Atlético de Madrid, confiará ahora en que no se castigue a todo un club por el bote de gas lacrimógeno lanzado el sábado por un único vándalo en El Madrigal (aunque un mechero puede introducirlo cualquiera en un estadio y un bote de gas lacrimógeno debería interceptarse siempre).

Como, en definitiva, cualquier opinión será ociosa y el foco de estas crónicas ha de ser el lenguaje deportivo, cabe decir, centrándonos en lo lingüístico, que mecherazo es una palabra formada regularmente a partir del sustantivo mechero, al que se le añade el sufijo -azo, igual que de botella se crea botellazo o a partir de moneda puede hablarse de monedazo.

Por esto, porque respeta las normas habituales de derivación, mecherazo no requiere comillas ni cursiva, por más que no se halle recogida en los diccionarios, incapaces de abarcar las infinitas posibilidades de una lengua. Así, en frases como «Multa de 600 euros al Atlético de Madrid por el ‘mecherazo’ a Cristiano Ronaldo» o «Los antecedentes al ‘mecherazo’ a Cristiano Ronaldo», habría sido preferible prescindir de las comillas.

En segundo lugar, quizá disfrute el lector al reparar en los significados que aporta el sufijo -azo: si un mecherazo es un ‘golpe dado con un mechero’, ¿será un jugadorazo un ‘golpe dado con un jugador’? Cualquier hispanohablante, por pura intuición, acertará al responder que jugadorazo es un ‘jugador muy bueno’, esto es, que en este caso se aporta un matiz elogioso, frecuente en la derivación apreciativa, de forma similar a lo que ocurre con porterazo, que no es un ‘portero grande’, sino un ‘portero sobresaliente’.

En concreto, la Nueva gramática de la lengua española señala que la idea de golpe está presente a menudo en sustantivos que remiten a partes del cuerpo, de modo que un jugador recibirá tarjeta amarilla por pegar un rodillazo y otro verá la cartulina roja por pegar un codazo; este marcará un gol de punterazo y aquel tras un espléndido testarazo o cabezazo. El matiz se invierte, sin embargo, cuando el césped está nevado y el jugador cae de culo, esto es, se da un culetazo, donde no es el culo la zona que golpea, sino la parte golpeada.

Por otra parte, ya se vio en otra crónica que este sufijo es muy productivo para crear sinónimos de disparo (zurriagazo, izquierdazo, castañazo, balonazo…). Y así como el vuelo de un disparo es fulgurante, -azo también suele expresar carácter puntual y repentino, como se aprecia en chispazo o flechazo: «Dos chispazos del Celta condenan al Granada» o «Shakira y Piqué, flechazo en Sudáfrica».

Finalmente, en ocasiones lo que predomina es el matiz de fracaso o percance, como sucede en pinchazo, una de las pocas veces en que –azo se añade a un verbo en lugar de a un sustantivo («Pinchazo del líder»). Esta idea de contratiempo se aplica también a nombres propios, como tamudazo alcorconazo, para recuerdo infausto de culés y madridistas respectivamente.

Retomando el tema con el que se abría la crónica, en fin, esperemos que se acabe con los mecherazos, los gases lacrimógenos y demás actos vandálicos en los estadios. De momento, el Atlético de Madrid no ha salido mal parado: no le cierran el estadio y solo le han impuesto una multa. Seiscientos euros. Nadie dirá que es un multazo.

 

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