Sufijo -ón: de la patada al patadón (CRÓNICA)

Foto: ©Archivo Efe/Juan Ignacio

Hace años que el fútbol dejó de ser territorio exclusivo de los hombres: hoy día, niños y niñas se mezclan en un mismo equipo cuando salen a patear un balón en el parque; en las gradas de los estadios, la presencia femenina crece incesantemente durante las últimas décadas, y ya existen árbitras colegiadas y hasta una entrenadora francesa de un equipo profesional masculino. ¡Enhorabuena!

El deporte rey, tradicionalmente practicado y seguido solo por hombres, ha terminado por conquistar también al género femenino. Por otra parte, si se toma ahora la palabra género en su acepción gramatical, se aprecia un recorrido inverso en determinadas palabras habituales en las crónicas futbolísticas.

¿Qué tienen en común sustantivos como carrera, entrada, jugada, parada, patada, temporada y volea? A primera vista, desde luego, comparten campo semántico, pues son todos términos frecuentes en el lenguaje deportivo. Luego, a poco que se dedique un minuto para analizar la lista, enseguida se aprecia también que se trata de sustantivos femeninos. Esto está claro.

¿O no del todo? Al fin y al cabo, nada tan habitual como escribir «Hemed inventó un golazo tras un voleón», «La Supercopa es un premio al temporadón que hizo el equipo el año pasado en la Liga Europa» o «Resultaba miserable ver a jugadores caros y dotados practicando esa cosa espesa y negativa de los clubes modestos, el patadón y la carrera solitaria de un punta».

¿Qué ha ocurrido aquí?, ¿no decíamos que volea, temporada y patada eran sustantivos femeninos?, ¿por qué, entonces, un voleón, el temporadón y el patadón? ¿No debería decirse una voleona, la temporadona y la patadona?

Pues no, la pauta es la que manejamos de forma intuitiva. Y es que el sufijo aumentativo -ón, tal como señala la Nueva gramática de la lengua española, tiende a cambiar a masculino el género del sustantivo femenino al que se incorpora. Y no solo en el fútbol, como hemos visto, sino también en otros deportes (en baloncesto se habla de un canastón, por ejemplo, a partir de una canasta) y, en general, en cualquier otro contexto: el peliculón y el memorión frente a la película y la memoria.

Lo bello y reseñable es que la mayoría de los hispanohablantes tengan interiorizado este criterio de forma inconsciente, por un lado, y que del mismo modo espontáneo la comunidad de hablantes coincida en seleccionar el sufijo -ón para los derivados de patada y jugada (patadón y jugadón, no patadaza ni jugadaza), pero opte por el sufijo –azo para gol y jugador (no se dice golón ni jugadorón, sino golazo y jugadorazo). La mano invisible de la lengua, que diría Adam Smith.

A modo de curiosidad, valga apuntar que el sufijo -ón, por lo común aumentantivo o ponderativo, se emplea excepcionalmente para expresar justo todo lo contrario, esto es, escasez o ausencia: así, aunque un patadón es una patada grande o una patada dada con fuerza, a Dertycia, Iván de la Peña, Zidane o Guardiola, calvos ilustres de la Liga BBVA, puede aplicárseles el adjetivo pelón, que no equivale a melenudo, sino a carente de cabello.

Lo mismo cabe decir de rabón, que, por pudibundez o falta de datos, se aplica en realidad a perros antes que a futbolistas, algunos de los cuales, esto sí, son capaces de centrar de rabona, es decir, cruzando una pierna detrás de la otra al golpear el balón.

De ser un deporte masculino a protagonizarlo igualmente las mujeres. De ser sustantivos femeninos a cambiar de género con el sufijo –ón. De usar dicho sufijo como aumentativo a emplearlo para denotar ausencia. Es así: el lenguaje es fiel reflejo de la vida. Por eso, quizá, da más vueltas que un balón.

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