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| Pilar Salas (Agencia EFE)

¿Llegará España a ser un «Estao»?

En Asturias yueve, en Andalucía los siervos se cazan, en Bilbao no se toma mucho Cola-Cado y España se ha convertido en un Estao. El lenguaje evoluciona, para bien y para mal, y el camino que sigue el español es objeto de un riguroso pero divertido análisis en Cocodrilos en el diccionario.

Al frente de un grupo de filólogos de la Universidad de Salamanca se ha puesto el catedrático Julio Borrego para analizar en las calles, en los medios de comunicación y en las redes sociales, entre otras fuentes, cómo se habla hoy en nuestro país, al margen del dictado de la Real Academia Española.

Cocodrilos en el diccionario. Hacia dónde camina el español (Espasa e Instituto Cervantes) viene a poblar el género de corrección lingüística, «pero ninguno de los publicados es como este», ha asegurado hoy el director del Cervantes, Víctor García de la Concha, porque Borrego es «un sabio filólogo de pueblo» que escribe «con gracia narrativa» y se pone de parte del hablante.

El título de la obra ya lo demuestra: cocodrilo es un error que subió al diccionario (debió ser crocodilo), como también se reconoció murciélago por encima de murciégalo. «Aunque no creo que pase con cocreta, es demasiado de pueblo», ha bromeado García de la Concha.

Igual que el romano Probo recopiló en el siglo III palabras que demostraban que el pueblo hablaba de forma zarrapastrosa y, a su pesar, quedaron como fundamento de las lenguas romances, quizá lo recogido en Cocodrilos en el diccionario acabe siendo aceptado por los académicos de la lengua, incluido el término viejuno que algunos les aplican.

Para Borrego, lo que aporta este «libro de estilo» es que «rompe una lanza en favor del hablante y se indaga por qué se dice así, por ejemplo, dijistes en lugar de dijiste».

Junto con su equipo ha hecho una completa radiografía del español actual, con aportaciones como la del lenguaje «sinergio» tan abundante en nuestros días —«hablar mucho con poco compromiso, como en los programas electorales»—, la imparable tendencia del tuteo, la extinción fónica de la ll y la d caediza (estao), dequeísmo, laísmo, la agonía del relativo cuyo o el inefable detrás tuyo.

En el español contemporáneo «la informalidad sube escalas», hay postureo de palabras creadas, parece más cool ser un runner que salir a correr, las it girls colonizan espacios como una plaga, los gafapastas luchan por el dominio del mundo hípster y a algunos miembros y miembras del Congreso de los Diputados se les llama despectivamente perroflautas.

La ciudadanía ha adoptado sin remilgos expresiones como ya es ya y no es no para expresar firmeza, los jefes quieren los informes para ayer y los trabajadores admiten que es lo que hay porque no les queda otro remedio hasta que no caiga la Primitiva.

Las cosas se presencian en primera persona como si alguien pudiera sustituirnos en la tarea, una película es aburrida no, lo siguiente y si un padre le dice a su hijo «me voy a poner un niki muy fardón para ir a la boîte», el adolescente entrará en modo off.

Generaciones atrás, cuando la televisión no ocupaba buena parte del ocio patrio, nadie aceptaba pulpo como animal de compañía, ni recurría al primo de Zumosol para protegerse, no pedía un poquito de por favor y tampoco daba un zas en toda la boca.

Fetén, carrozón, gachí o darse un filete están en el diccionario de la RAE, pero no se oyen en las conversaciones porque el lenguaje es un ser muy vivo gracias a los hablantes que lo transforman, se destaca en esta obra, con la que los autores quieren que los lectores se diviertan tanto como ellos al escribirlo.

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