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| Roberto Jiménez (Agencia Efe)

La toponimia de los caminos, último vestigio de la tradición arriera

Cuadrillas de segadores, pastores trashumantes, arrieros en recua, quincalleros ambulantes, mendigos transeúntes, ciegos de copla y frailes mendicantes son algunos tipos y oficios, ya casi extinguidos, que hace no tanto cruzaban la Meseta y hoy nos recuerda, como un postrer vestigio, la toponimia caminera.

Los caminos vertebraban en buena medida el territorio, ya que unía espacios, acumulaban “una densa carga de narrativas” y conectaban gentes y lugares: “una red en gran parte borrada ahora por los trazados de la nueva movilidad”, explica Pascual Riesco, del Centro de Estudios Paisaje y Territorio (Universidad de Sevilla).

Hasta la llegada del automóvil, «la mayor parte de las poblaciones estuvo unida por caminos precarios, de directriz confusa, dictada por una constante negociación empírica con las peculiaridades del terreno, y por las limitaciones y oportunidades del comercio y la política», añade Riesco en un estudio que publica en su último número la Revista de Folklore, que dirige Joaquín Díaz.

Los diccionarios geográficos del siglo XIX, consultados por Riesco, delatan la especialización de los habitantes de determinadas comarcas y poblaciones: carreteros, arrieros y gamelleros (fabricantes de artesas) en Covaleda (Soria); traficantes de aceite en Fuentes de Béjar (Salamanca); y vinateros en Genicero (León).

Hasta la plena llegada del ferrocarril, en el último tercio del siglo XIX, estos arrieros, trajinantes y carreteros circulaban en recuas de asnos y mulos por ‘caminos de herradura’ a los que no sólo bautizaron con su oficio de transportistas ambulantes, sino también a los accidentes geográficos y a los mismos municipios que cruzaban.

De ahí proceden expresiones toponímicas como Fuente de los Carreteros, en Bocigas (Valladolid); o Vuelta de las Carretas, en Huerta del Rey (Burgos), pero también nombres de poblaciones de similar extracción como Quintanilla de las Carretas y Villanueva de las Carretas, también en la provincia burgalesa, y Ahigal de los Aceiteros, en la de Salamanca.

La mula, el animal más utilizado, también ha imprimido sello y dejado recuerdo en calzadas y vías menores de los pueblos situados en las rutas arrieras, como acreditan el Sendero de los Mulos, en Villagonzalo de Tormes (Salamanca), o la Cañada de los Machos, en Matamala (Soria), pero también su formación en hileras, caravanas o recuas: Calzada de Recueros, en Alconada (Salamanca); y Los Recueros, en Peñacaballera, igualmente en la provincia salmantina.

La peculiaridad del oficio y la naturaleza de los productos transportados han subsistido además en expresiones populares, dichos o refranes como «Arriero de Cebreros (Ávila), burro, calabaza y perro», para identificar procedencias, y «besugo mata mulo», que remite a las urgencias del viaje para evitar la corrupción del pescado que, generalmente, llegaba a Castilla la Vieja desde los puertos de Santander, Santoña y Laredo por el norte de Burgos.

Castilla la Vieja y el antiguo Reino de León, en la denominación académica de hace cuatro décadas, fue durante siglos lugar de paso por donde transitaban, en rutas definidas según oficio y productos, los trilleros, afiladores, lañadores (reparadores de enseres domésticos), chatarreros, estañadores, quincalleros, fruteros, pescaderos, pellejeros, pañeros y temporeros en busca de ocupación.

Se abastecían de mercancías que trasladaban de un punto a otro, pero también se desplazaban a los mercados semanales debidamente señalados en los municipios cabecera de comarca o de referencia, que aún hoy se celebran en poblaciones como Plasencia -Cáceres- (martes), Ávila (viernes) o Medina del Campo -Valladolid- (domingos).

Las variopintas historias y procedencias de los usuarios del camino «han dejado huella indeleble» en unos nombres cuya lectura remita a toda una época, forma de vida y sociedad que primero estoqueó el ferrocarril y más tarde apuntilló la automoción a escala industrial.

La Revista de Folklore, ahora en edición digital, fue creada en 1980 por el musicólogo y etnógrafo Joaquín Díaz, y durante estos 35 años ha publicado centenares estudios, investigaciones y análisis relacionados con la cultura tradicional, sociología e historia de las mentalidades.

Arquitectura, fiestas populares, oficios, ritos ancestrales, artesanía, juegos, literatura, viajes, costumbres, indumentaria y música, entre otros aspectos, figuran en la Revista de Folklore (www.funjdiaz.net), de acreditado prestigio científico tanto por los temas seleccionados como por su exposición y la nómina de colaboradores, más de un millar desde el primer número.

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