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| Álex Grijelmo (El País.com, España)

La gente anónima tiene nombre

Usted dona 200 euros por unas inundaciones y resulta que no destaca de la generalidad.

El anonimato se relaciona más en nuestra época con la cobardía que con la discreción. Quizás en otro tiempo envolvía las acciones de las personas caritativas, que hacían con la mano izquierda lo que desconocía la diestra. Ahora, por lo principal, esa palabra acoge a quienes pululan por redes y foros para descalificar a los que sí asumen con responsabilidad y con apellidos cada uno de sus actos. Se escriben anónimos continuamente: el género literario más vil de cuantos se puedan inventar.

La voz «anónimo» no se viene asociando con nada reconfortante, desde luego.

Ya el mero hecho de que se desconozca el autor de una gran obra nos desazona. ¿Quién habrá escrito realmente el Cantar de Mio Cid? Si algún investigador lo demostrara, recibiría la gratitud general y probablemente alguna recompensa.

En cuanto a ese papel que se envía sin firma, el Diccionario define con justicia el término «anónimo» señalando que en él, «por lo común, se dice algo ofensivo o desagradable». Otra acepción que condena aquello que la palabra designa.

Y las sociedades «anónimas» (sentido que forma parte también de las acepciones académicas) se llaman así por algo: tanto tienes, tanto eres; hasta el punto de que en realidad no votan los dueños con sus nombres, sino con sus acciones.

La palabra «anónimo» tendrá una acepción más en la próxima edición académica.

[…]

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