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Magí Camps

www.lavanguardia.com

Lunes, 3 de octubre del 2011

EL LENGUAJE, ¿HERRAMIENTA O ARMA?


Lo políticamente correcto puede ser empleado para visualizar o para manipular


«Los políticos actúan con las palabras para mantener y consolidar su poder», afirma Marina Fernández Lagunilla, de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), «pero la ampliación de su presencia mediática ha producido un hartazgo».

 

La relación entre el poder y los ciudadanos está cambiando, a juzgar por los análisis de los expertos que se han reunido en San Millán de la Cogolla. Y, según parece, la clase política no se ha percatado, porque sigue actuando igual que hace diez o veinte años. El sexto seminario sobre lengua y periodismo organizado por la Fundéu BBVA y la Fundación San Millán ha abordado la incidencia del lenguaje políticamente correcto en el periodismo. Porque puede ser usado como herramienta o como arma, describe Álex Grijelmo, presidente de Efe. Y en el caso de los políticos es evidente que se emplea como arma. Un lenguaje que, en palabras de Lagunilla, «se caracteriza por la descortesía y la desconsideración». «Los políticos han pasado a emplear las palabras para ajustar cuentas entre ellos», remarca el periodista Ernesto Ekáizer.

 

Pío Cabanillas, ex ministro portavoz, considera que el lenguaje político sufre «una crisis de credibilidad y de confianza: el poder ha visto minadas sus bases por los nuevos medios». El receptor ha cambiado y el emisor político sigue igual, sin darse cuenta de que «el ciudadano quiere opinar y votar cada día». «El receptor es hoy un protagonista activo, que genera estímulos de aceptación y rechazo», describe, pero al político le asusta la bidireccionalidad.

 

Lo «políticamente correcto —añade Borja Puig de la Bellacasa, de Bassat Ogilvy— se ha convertido en una perversión del propio lenguaje y distorsiona la realidad». Y considera que «la soberanía popular está cada vez más alejada del poder clásico; cada vez hay más ciudadanos desconectados de la realidad».

 

Para Pilar Guitart, de la Universidad Católica de Valencia, el lenguaje políticamente correcto busca corregir la realidad para hacerla más neutral. «El eufemismo social, que es un arma de lucha de las minorías, puede acabar siendo manipulado por las mayorías», advierte Guitart.

 

«Lo que le puede pasar a este tipo de lenguaje es que se convierta en estándar y pierda su valor», afirma el asesor de comunicación José Antonio Llorente, que cree que la fuerza de las empresas se ha de basar en la transparencia y los hechos: «Vivimos en un mundo interconectado donde los secretos duran muy poco».

 

El enfoque de los conflictos. A raíz de los atentados del 11-S, se acuña la expresión «guerra al terrorismo», explica Rosa Maria Calaf, corresponsal de TVE, y el periodista televisivo se tiene que disfrazar de reportero intrépido (chaleco, mascarilla, velo…), aunque nada de ello sea necesario. «Me inquieta la indiferencia ante la crisis de los medios», subraya. Por ello lanza la idea del «periodismo preventivo», que en lugar de ahondar en los conflictos, debería intentar solventar problemas y acercar posiciones.

 

Rafael Jorba, periodista de La Vanguardia, considera que «los medios son las nuevas catedrales, construidas con la argamasa de la espectacularización de la información y del culto a la emoción». Luis Carlos Díaz, autor del libro de estilo de Canal Sur, advierte que «hay que ir con mucho cuidado ante los eufemismos que camuflan, velan y niegan la realidad»: ataques quirúrgicos, bombas limpias, limpieza étnica… «Los periodistas no los crean, pero los transmiten».

 

Es el caso de las balas ecofriendly, que se ofertan en la feria de armamento de París, narra el reportero de guerra de La Vanguardia Plàcid Garcia-Planas, que considera que «el periodismo es la literatura de la observación». La objetividad y la neutralidad son difíciles de aplicar en una crónica, por lo que Garcia-Planas recurre «al lirismo y la paradoja» y recomienda escribir «con honestidad».

 

En el caso del terrorismo, los grupos recurren a un lenguaje de germanías en las comunicaciones internas, y un lenguaje mitificador en las externas. El periodista no debe reproducirlos, aconseja Florencio Domínguez, periodista especializado en ETA.

 

«En el caso de México, como es considerado una democracia, el genocidio de Ciudad Juárez no merece la misma atención que si sucediera en Cuba o Venezuela», afirma Judith Torrea, especialista en narcotráfico. La bloguera niega que exista una «guerra al narcotráfico», como afirma el presidente Calderón, y que la impunidad criminal se fraguó con el feminicidio de hace veinte años.

 

La imagen de la inmigración. Los estereotipos se repiten: el 60 % de los hispanos ha nacido en Estados Unidos, apunta la periodista angelina Verónica Villafañe, en cambio los medios generalistas en inglés no lo reflejan. Hay que informarse en los llamados «medios étnicos», que, a su vez, también pueden ser generalistas.

 

En cuanto a las informaciones sobre el mundo árabe, Juan Manuel Ortega, de la Universidad de Málaga (UMA), considera que los medios de comunicación españoles «son exquisitamente correctos», por lo que el peligro de exclusión radica en las formaciones de extrema derecha, apunta. «El racismo, repleto de errores conceptuales, geográficos, históricos y lingüísticos y teñido de la concepción que procede del 11-S, no se encuentra en la prensa sino en internet y en los comentarios de los medios digitales».

 

La diferencia puede ser una molestia o puede verse como una riqueza. El especialista en inmigración Ricard Zapata-Barrero (UPF) apunta dos líneas: una sociedad estable se asocia a homogeneidad; mientras que una sociedad heterogénea se ve inestable. Los cambios semánticos referidos a las minorías no están acompañados de reflexión política. Sin embargo, Zapata considera que del mismo modo que se condena el discurso terrorista, hay que condenar el discurso racista que, hoy por hoy, sale gratis.

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