Noticias del español

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| Álex Grijelmo, presidente de la Agencia Efe
San Millán de la Cogolla, La Rioja (España)
Martes, 1 de junio del 2010

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE EFE EN SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

En los genes de la auténtica profesión periodística se incorporaron hace muchísimos años la investigación honrada, el combate contra la corrupción, la defensa de los débiles, la crítica destinada a mejorarnos, la información veraz. Muchos nos hicimos periodistas pensando en eso.


Cualquier redactor en prácticas se sabrá heredero de una tradición que tiende a la denuncia y a servir como contrapeso del poder.

Sin embargo, me temo que los cromosomas de la profesión periodística no transmiten —o al menos no con el mismo vigor— la obligación de cuidar la principal herramienta que manejamos: el idioma; un bien cultural y un patrimonio que hemos de entregar a las futuras generaciones —y aun a las presentes— con la misma responsabilidad con la que debemos tratar los ríos o los bosques.

El deficiente empleo del lenguaje no es un mal en sí mismo. Supone solamente el termómetro que nos muestra la fiebre. El problema de un paciente no se halla en el mercurio que marca los grados, sino en su enfermedad. El problema de muchos periodistas no son las faltas de ortografía o de sintaxis, sino lo que significan. La presencia continua de errores gramaticales suele derivarse de la ausencia de lecturas, del escaso sentido autocrítico, del desinterés por aprender más, del poco respeto a la calidad y a la precisión, del descuido, de la carencia de buen gusto.

Todos los periodistas a los que he admirado por su talento escribían con escrupulosa corrección. Nunca encontré un columnista genial o un reportero rico en matices y descripciones que descuidase su idioma.

Hoy en día —cuando tanto abunda la falta de rigor—, las palabras que golpean injustamente a alguien lo suelen hacer con un lenguaje de empujón, basto, sin decoro ni urbanidad. Es decir, lo que el Diccionario define como «grosero».

En cambio, da gusto estar en desacuerdo con quien escribe bien.

La obligación del periodista consiste en buscar y transmitir la verdad prescindiendo de que ésta hiera, pero a menudo vemos que algunos lo que buscan es herir prescindiendo de si transmiten o no la verdad.

El Derecho entra en el fondo de los asuntos con un respeto obsesivo hacia la forma, de modo que el contenido y el continente se identifican como el agua se adapta al contorno de la vasija. El periodismo debería transitar siempre por ese camino.

Alguien dijo que quien ha leído a Shakespeare nunca podrá ser un asesino.

Me permito partir de esa relación entre cultura y respeto, entre lengua y educación (aun a costa de parecer exagerado) para deducir de ella un aserto adicional: Es imposible respetar a los demás si no hemos respetado antes el valor y las consecuencias de cada palabra que pronunciamos.

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