La obra de referencia para 500 millones de hablantes


La 23.ª edición del Diccionario de la Real Academia pretende seguir siendo el corpus normativo de referencia de la comunidad hispanohablante (unos 500 millones de hablantes), con una política panhispánica activa desde el siglo XIX, que se ha incentivado especialmente en esta edición. El DRAE es el diccionario oficial de la lengua española cuya elaboración es tarea primordial de la Real Academia Española desde su fundación en 1713 («… se fijó como tarea prioritaria la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”»).

Foto: ©Archivo Efe/J. J. Guillén

¿Entonces, el DRAE contiene todas las palabras posibles y las que no están es que no existen o no deberían existir? Afortunadamente, no. Gracias a los mecanismos de formación de palabras del español, el número de palabras posibles es incalculable y, de estas, solo se registran como lemas las que tienen ya un uso estable y abundante en la lengua. El DRAE recoge los elementos compositivos y los lemas con los que pueden formarse multitud de palabras de significado deducible. Por ejemplo:

En el Diccionario encontramos irritabilidad (de irritable), pero no agitabilidad (de agitable). ¿Pensamos entonces que agitabilidad «no existe»? No, porque podemos deducir su significado si consultamos las entradas del sufijo -bilidad (variante de -dad) y del adjetivo agitable, y concluir que agitabilidad es la ‘cualidad de lo agitable’ (‘que se puede agitar’).

Esta nueva edición se publica una vez más en papel («La Academia no es libricida en modo alguno y seguirá haciendo un libro que es el Diccionario», declaró el secretario de la RAE, Darío Villanueva): 2376 páginas en un volumen de diseño renovado y diferente que alojará 93 111 artículos (8680 más que la edición anterior) y 195 439 acepciones (cerca de 19 000, americanismos), de la que se han suprimido unos 1350 artículos y enmendado 49 000.

Se trata de un diccionario normativo con una gran responsabilidad: la de no olvidarse de las palabras con las que entender tanto obras de la literatura clásica española como textos sobre los últimos avances tecnológicos: «El Diccionario de la Real Academia Española […] mantiene una impronta histórica […] ha de servir para entender los textos escritos desde el año 1500 hasta ahora», en palabras de nuevo de Darío Villanueva. Mientras el Diccionario histórico no esté preparado para albergar estas palabras y acepciones desfasadas cronológicamente, el Diccionario académico las recoge, pero con marcas que indican al lector a qué grupo pertenecen:

«ant.» (antiguo o anticuado), si aparecen en textos no posteriores a 1500; «desus.» (desusado), si aparecen en textos de entre los años 1500-1900; «p. us.» (poco usado), si se utilizan después de 1900, pero aparecen poco o se documentan con dificultad.

Foto: ©Archivo Efe/Angel Díaz

Por lo tanto, el DRAE no puede ser un diccionario de uso. Aunque desde hace unos años —y gracias a la disponibilidad de grandes corpus lingüísticos informatizados en los que comprobar los contextos de aparición de las palabras— la lexicografía se centra en el estudio del uso que se hace de un término para elaborar su definición, el DRAE sigue manteniendo el orden histórico de las acepciones, es decir, la más antigua suele aparecer antes que la más usada, o incluso esta última no aparecer porque no se considere lo suficientemente establecida en la lengua culta. El plazo de tiempo para que esto ocurra es variable: hay palabras que surgen y se extienden con mucha rapidez (wifi, tuit, hipertextual) y otras, sin embargo, tardan mucho en hacerlo (limpiacristales está en documentos por lo menos desde 1995 y entra en esta edición). No obstante, en general, la aceptación de palabras en uso se ha agilizado considerablemente, debido sobre todo a que la comunicación en los medios digitales incrementa la velocidad de su difusión y asentamiento en la lengua.

Lo que sí querría el DRAE es seguir sirviendo de referente común a toda la comunidad hispanohablante. Sus coautores, la RAE y la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), han expresado en múltiples ocasiones su deseo de llegar a establecer un corpus general del español que continúe siendo instrumento de comunicación en cualquier lugar del amplísimo territorio del español.

Y como muestra de ello trabajan de manera conjunta en las obras académicas desde 1999. En esta nueva edición, este deseo se plasma, por un lado, en el enriquecimiento considerable de su corpus tras la publicación por parte de la ASALE, en el año 2009, del Diccionario de americanismos (inclusión de términos nuevos cuya presencia se encontrase documentada por lo menos en tres países, revisión y actualización de todas las voces y acepciones que ya figuraban en la edición del 2001 con marcas correspondientes a América), y por otro, en la cuidadosa revisión, marcación y eliminación, si procedía, de españolismos generales o locales que ya no tenían cabida en un diccionario de estas características.

Celia Villar

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